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El sueño de una lengua común by Adrienne Rich

Apreciación Literaria


«Hasta que nos encontremos,
estamos solas.»
Hambre (A Audre Lorde),
1974, 1975

«El frío nos resultó frío hasta que nuestra sangre se hizo más fría / entonces el viento amainó y dormimos. // Si en este sueño hablo es con una voz que ya no es personal / (quiero decir “con voces”) / Cuando el viento nos arrancó el aliento por fin no teníamos necesidad de palabras. / Durante meses / durante años / cada una de nosotras había sentido su propio “sí” creciendo en su interior / formándose poco a poco / mientras se asomaba a ventanas esperaba trenes / remendaba su mochila / se peinaba el pelo. / Lo que íbamos a descubrir era simplemente lo que teníamos aquí arriba / mientras de todas las palabras / aquel “sí” reunía sus fuerzas, se fusionaba y solo en el momento justo / se topaba con un “No” sin grados. / El agujero negro que se tragaba el mundo.» Fantasía para Elvira Shatayev, 1974

El ssueño de una lengua común, Adrienne Rich

Leer a Adrienne Rich ha conformado esos actos de gritarlo todo y llorar a la vez, porque la sensibilidad también significa fuerza y la valentía de nuestro sexo nos empuja a escribir lo que es. Explicar en cortas líneas lo que ha conllevado esta lectura para mí es una desvariación porque Rich desempapela todo y hace trizas el lenguaje y nos junta de una manera que la felicidad y el feminismo, solo conducen al lenguaje de la sororidad y el amor entre mujeres.

Sara (@sararoscales), me recomendó a Adrienne Rich, y desde entonces, he leído cuánto he encontrado de lo que haya escrito (por ahora; formato electrónico). Rich nos deja sin palabras, variadas de un cariño que lo entenderás cuando leas lo suyo. Adrienne pasa a mis estanterías de la pieza, porque conocerla ha sido el mejor lujo y una maravilla. Acotar que me he sentido acompañada por sus palabras durante todo el proceso de lectura.

Esta obra es especial, te preguntarás por qué. «El sueño de una lengua común», toca hondamente todos los temas a los que respecte el feminismo y sus vertientes o lo que la compone. Así, podemos hallar poemas sobre la sororidad, dar acompañamiento entre mujeres, ayudarse mutuamente (Adrienne nos hace una recuenta de línea histórica, y entre verso y verso, explica que la salida del feminismo es el apoyo, y la importancia de comprenderse al unísono en códigos símiles; y el desterrar todo eso que nos aleja, y acaparar cosas en común totalmente diferentes a cómo fuimos “adoctrinadas”. Regenerar y renovar el lenguaje, la manera de tratarnos, y ser entre mujeres, el lazo es el vínculo: «Nadie duerme en este cuarto sin el sueño de una lengua común.»), el siempre presente amor en todas sus formas también es coprotagonista, el poco o nulo cuidado y atención que le damos al medio ambiente que nos rodea es un “¡fíjense de esto, atiendan y hagan algo ya!”. Esta lectura es tan completa y bella, que solo me queda decirles: «Si quieren reivindicar algo, lean a Adrienne Rich».

A través de los poemas que escribe para Audre Lorde, «Hambre», hay un intermitente, una voz, un eco, como en cada poema que despliega el abanico al cual la opresión ha tenido arrastre a lo largo del tiempo. Rich escribe (a viva voz) de los feminicidios (que han ocurrido desde siempre, solo que hasta hace unas décadas las vidas recortadas son contabilizadas), habla desde la violencia,  de los viajes y las cartas, las valijas dejadas atrás. Hay un amor que nace en el feminismo, un apañamiento entre mujeres. La maternidad, el aborto. La enfermedad, el cáncer, la soledad. “Las barreras de género” invisibles que aún cohabitan con nosotrxs. El mar y lxs amantes de media tarde. El amor que se hace insuficiente en algunas ocasiones. Y el amor propio que todo lo puede. Las mujeres que quieren ser madres y las que, la lactancia, los cuerpos y la libertad.

Poemas de 1974 – 1977, escritos durante este periodo de tiempo. El feminismo de Rich es realmente más que valeroso y potente. Los poemas que conformas la edición están dispuestos en tres partes: I. Poder, Fantasía para Elvira Shatayev, Orígenes e historia de la conciencia, Escisiones, Hambre (A Audre Lorde), A una poeta, Cartografías del silencio, La leona, II. Veintiún poemas de amor, III. No en otra parte, sino aquí, Upper Broadway, Paula Becker a Clara Westhoff, Noches y días, Misterios hermanos, Una mujer muerta a los cuarenta, Matriarcado (Mother–Right), Recursos naturales, Hacia el solsticio, Estudio trascendental. Para culminar con esta cita: «Nadie que haya sobrevivido para hablar una lengua nueva ha podido evita esto: el desprenderse de una vieja fuerza que la mantenía arraigada a un viejo suelo, / el tono de la más absoluta soledad donde ella misma y toda la creación parecen igualmente dispersas, ingrávidas, / su ser un grito al que ningún eco regresa o puede regresar jamás. //

Pero en realidad siempre fuimos así, desarraigadas, desmembradas: saberlo marca la diferencia. / El nacimiento nos despojó de nuestros derechos, nos arrancó de una mujer, de las mujeres, de nosotras mismas, tan pronto y el coro entero que zumbaba en nuestros oídos como mosquitos no nos contó nada, nada sobre nuestros orígenes, nada de lo que necesitábamos saber, nada que pudiera remembrarnos.» Estudio trascendental (A Michelle Cliff), 1977

Algunos destacados que han sucumbido a mis emociones y placer de lectorx:

«I go where I love and where I / am loved, / into the snow; // I go to the things I love / with no thought of duty or pity.» H. D., The flowering of the rod

«Voy adonde amo y a donde soy / amada, / hacia la nieve; // voy hacia las cosas que amo / sin pensamiento alguno / de deber o de pena.» H. D. La floración de la vara

«Viviendo en los depósitos de tierra de nuestra historia. / Hoy una retroexcavadora sacó a la luz del interior de una falda de tierra desmoronada, / una botella ámbar perfecta, / un remedio centenario para la fiebre, / o la melancolía, / un tónico para vivir en esta tierra, / en los inviernos de este clima. // Hoy he estado leyendo acerca de Marie Curie: tenía que saber que sufría la enfermedad de los rayos / su cuerpo bombardeado durante años por el elemento que había depurado. / Parece que negó hasta el final la fuente de las cataratas de sus ojos / la piel agrietada y supurante / de las yemas de sus dedos hasta que no pudo sostener más ni un tubo de ensayo ni un lápiz. // Murió famosa negando sus heridas / negando que sus heridas provenían de la misma fuente que su poder» Poder, 1974

III
Es sencillo despertar del sueño como un extraño, / vestirse, salir, beber café, adentrarse en una vida otra vez. / No es sencillo despertar del sueño a la vecindad / de otro nj extraño ni familiar / en quien hemos elegido confiar. / Confiar, desconfiar, nos rebajamos a esto, / nos dejamos caer mano sobre mano / como en una cuerda que se estremecía sobre lo inexplorado… / Eso es lo que hicimos. / Concebidas la una por la otra, nos engendramos la una a la otra / en una oscuridad que recuerdo como inundada de luz. //

Quiero
llamar
a esto;
vida. //

Pero no puedo llamarlo vida hasta que empecemos a movernos / más allá de este secreto círculo de fuego / donde nuestros cuerpos sin gigantescas sombras arrojadas contra una pared, / donde la noche se convierte en nuestra tiniebla interior, / y duerme como una bestia muda, la cabeza entre las patas, en el rincón.» Orígenes e historia de la conciencia, 1972 – 1974

«1.
Mi cuerpo se abre sobre San Francisco como la luz del día lloviendo a mares cada poro / llorando el cambio de luz. / No estoy con ella. / He estado despertándome a intervalos toda la noche con ese dolor, / no simplemente ausencia, / sino la presencia del pasado, / destructiva para el vivir aquí y ahora. / No obstante, si pudiera instruirme / si pudiéramos aprender a aprender del dolor incluso cuando nos aprisiona. / Si la mente, / la mente que vive en este cuerpo pudiera negarse a dejarse aplastar en esa prisión me soltaría. / El dolor tendría que apartarse de mí y escuchar su oscuro aliento aún sobre mí / pero la mente podría empezar a hablar con el dolor / y el dolor tendría que contestar: / “Somos más viejos ahora / ya nos hemos visto antes. / Estas son mis manos ante tus ojos. / Mi silueta eclipsando todo lo que no es mío. / Soy el dolor de la separación / creador de separaciones / soy yo quien borra a tu amante de ti / y no las zonas horarias ni los kilómetros. / No es la distancia quien me concita / sino yo que soy distancia. / Y recuerda que no existe aparte de ti..

2.
Creo que estoy eligiendo algo nuevo. / No sufrir inútilmente aún sintiendo. / ¿Memoriza el niño en cuerpo de la madre y la crea en su ausencia? / ¿O simplemente llora soledad primordial? / ¿Recuerda el lecho del arroyo una vez desviado de luto la humedad? / Pero nosotros, / nosotros vivimos tanto en estas configuraciones del pasado. / Elijo separarla de mi pasado que no hemos compartido. / Elijo ni sufrir inútilmente / detectar el dolor primordial cuando me acosa, / deslumbrándome con su desoladora antorcha / ofuscando su singularidad / los detalles de su amor. / No me aparatarán de ella o de mí misma los mitos de separación / mientras su mente y su cuerpo en Manhattan estén más conmigo que el aroma a eucalipto ardiendo frío en estas colinas. //

3.
El mundo me dice que soy su criatura. / Me barren los ojos / me rozan manos. / Quiero agazaparme en ella en busca de refugio / apoyar la cabeza en el espacio / entre su pecho y su hombro / renunciando al poder por amor como han hecho las mujeres / o escondiéndome del poder en su amor como un hombre. / Me niego a dar esto por hecho / la escisión entre el amor y la acción. / Estoy eligiendo no sufrir inútilmente / y no utilizarla. / Elijo amar en este momento / por una vez / con toda mi inteligencia.» Escisiones, 1974

V.
Este apartamento lleno de libros podría partirse en dos ante las gruesas mandíbulas, ojos saltones de los monstruos, / con facilidad: / Una vez abiertos los libros, tienes que afrontar la cara oculta de todo lo que has amado / (el potro de tortura y las tenazas listos, la mordaza a través de la cual hasta las mejores voces han tenido que mascullar, / el silencio que entierra hijos no deseados –mujeres, descarriados, testigos– en la arena del desierto). / Kenneth me dice que ha estado ordenando sus libros de forma que puede mirar a Blake y Kafka mientras teclea; / sí; y aún tenemos que hacernos cargo de Swift abominando de la carne de la mujer mientras elogia su mente, / el terror de Goethe hacia las Madres, / Claudel denigrando a Gide, / y los espectros –sus manos entrelazadas durante siglos– de aristas que murieron durante el parto, / curanderas quemadas en la hoguera, / siglos de libros no escritos apilados tras estas repisas; / y aún tenemos que mirar de frente la ausencia de los hombres que no hablaban / de las mujeres que no podían hablar de nuestra vida: / Este hoyo aún por excavar llamado civilización, este acto de traducción, este medio mundo.

«Valentía. / Su rostro en las hojas, los polígonos, el pavimento. / Su desconexión. / La valentía de respirar. / La muerte de octubre. / Vino derramado. / La casa aún por construir. / La casa aún por hacer. / Grafitis sin memoria que se vuelven convencionales al garabatear la más mínima pared / “dios te ama, la voz del guetto”. / La muerte de la ciudad. / Su rostro durmiendo. / Su zancada ligera. / Su forma de correr. / Búsqueda de un espacio privado. / La ciudad desplomándose desde dentro. / Las lecciones mal aprendidas. / O en absoluto. / El mundo aún por construir. / Este único amor fluyendo. / Tocando otras vida. / Amor derramado. / La más mínima pared desplomándose. Tener la valentía suficiente. / La vida que debe vivirse en el terrible octubre. / Súbita inmersión en amarillos vetas de sangre. / El tren rápido. / Rostros. / Inscripciones. / Intentando enseñar lecciones imposibles de aprender. / Octubre. / Este único amor. / Repeticiones de otras vidas. / Las muertes que deben vivirse. / Negaciones. / Paredes en blanco. / Nuestra zancada ligera una junto a otra. / Su fuga. / Aire viciado en los túneles. / “La voz del guetto dios te ama”. / Mi cara pálida en la ventana, la indignación es pálida, / la sangre se retrae al corazón, la cabeza cortada no compensa sentir. / Su cara. / El tren rápido desenfrenado. / La valentía de sentir esto. / De contar esto, de estar viva. / Intentando aprender lecciones imposibles de enseñar. //

La fuga. / Sangre en mis ojos. / Las minuciosas suturas desgarradas. / Las manos que me tocan. / Se dirá acaso que no estoy sola. / Amor derramado buscando su propio nivel, inundando otras vidas que deben vivirse, / no en otra parte, sino aquí, / entreviendo a través de la sangre. / Nada está perdido.» III. No en otra parte, sino aquí, 1974

«Treinta de noviembre. / La nieve empieza a caer. / Un silencio peculiar se extiende sobre los campos, el arcedo. / Es treinta de mayo, / la lluvia cae a mares sobre viejos arbustos, / de precipita por la jovencísima brizna de hierba. / Intento abarca de un solo vistazo ininterrumpido todas las partes de mi vida. / Un torrente primaveral corre por este viejo tejado inclinado, el campo inclinado abajo, se espesa en el primer blancor del invierno. / Los cardos que se secaron como palos al viento del año pasado, se alzan desnudos en el verdor, se alzan hoscos en el, poco a poco, níveo prado. //

Mi cerebro resplandece con más violencia, con más avidez, cuanto más silencioso, más tupido, cuaja el retazal de cristales, cuanto más ruidoso, más implacable, golpetea el torrente contra los viejos tablones y tejas. / Es treinta de mayo, / treinta de noviembre, / un comienzo o un final, / nos adentramos en el solsticio y hay aquí tanto que todavía no comprendo. //

Si pudiera dar un sentido a cómo mi vida está aún enmarañada en maleza seca, cardos, enormes bardanas, cargas que se deslizan despacio bajo esta primera nevada, azotada por esta lluvia temprana, torrencial, que llama a toda nueva vida a declararse fuerte o morir, / si pudiera saber en qué lengua dirigirme a los espíritus que reclaman un lugar bajo estos techos bajos y sencillos, / inquilinos que ni hablan ni se mueven pero moran en mudo empeño hasta que puedo sentirme poseída por completo en esta casa. //

Si la historia es un hilo de araña tejido una y otra vez a pesar de ser arrancado, parece que podría, algún crepúsculo o amanecer, en la callada luz campestre, discernir su grisura extendiéndose desde la moldura o el marco de la puerta afuera, hacia el patio vacío, y siguiéndola trepar el sendero hacia el interior de los pinares, / rastreando de árbol en árbol en la atenuada luz, en el día paulatinamente esclarecedor, su constante, deliberada estela, / hasta alcanzar cualquier boca de una antigua bodega repleta de copos de nieve o liquen, / cualquier choza caída o claro olvidado que esté destinada a encontrar, / y allí, bajo la primera o última estrella, confiando en el instinto, las palabras me vendrían a la mente, las que no he sabido o he olvidado decir año tras año, invierno tras verano, / la runa correcta para que el pasado se desaferre del resto de mi vida / y para desaferrarme yo del pasado. //

Si aún no se ha llevado a cabo algún rito de separación entre yo misma y los inquilinos de esta casa desaparecidos ya hace tiempo, / entre yo misma y mi infancia, / y la infancia de mis hijos, / soy yo quien ha omitido cumplir con las acciones necesarias, / colocar agua en rincones, luz y eucalipto frente a espejos, / o simplemente hacer una pausa y aplicar el oído a mi propio pulso vibrando, ligero como la nieve que cae, / implacable como la tormenta, / y escuchar lo que ha estado diciendo. / Parece que aún estoy esperando a que hagan alguna petición clara, algún sonido articulado o gesto, / a que la liberación venga de cualquier parte excepto de mi interior. //

Una década de sajar carne muerta, cauterizar viejas cicatrices rasgadas una y otra vez y todavía no es suficiente. / Una década de cumplir con los amorosos, monótonos actos de atención a esta casa, trasplantar retoños de lilas, limpiar cristales, fregar humo de leña de la pintura agrietada, / barrer escaleras, arrancar el hilo de la araña, y tanto aún por hacer, / la tarea de una mujer, el solsticio inminente, / y mi mano todavía suspendida como sobre una carta que ansío y temo cerrar.» Hacia el solsticio, 1977

Nadie nos dijo nunca que teníamos que estudiar nuestras vidas, hacer de nuestras vidas un estudio, como si aprendiéramos historia natural o música, / que debíamos empezar con los ejercicios sencillos primero y avanzar poco a poco intentando los difíciles, practicando hasta que la fuerza y la precisión fueran a una con la audacia / de saltar hacia la trascendencia, correr el riesgo de derrumbarnos en el furioso arpegio o fallar la frase completa de la fuga. / …Y en realidad no podemos vivir así: asumimos todo a la vez antes de haber empezado siquiera a leer o marcar el compás, nos vemos forzadas a comenzar en mitad del movimiento más difícil, el que está ya sonando cuando nacemos. / Cómo mucho se nos conceden unos cuantos meses en los que sin más escuchamos la sencilla línea melódica de una voz de una mujer cantándole a un niño contra su corazón. / Todo lo demás es demasiado prematuro, demasiado repentino, la desgarradora separación, el latido de esa mujer escuchando en adelante desde la distancia, la pérdida de esa nota tónica que resuena cada vez que estamos felices o desesperadas. //

Todo lo demás parece por encima de nosotras, no estamos preparadas para ello, nada dicho es cierto para nosotras, / a quienes sorprendió desnudas el argumento, el contrapunto, que intentamos leer a primera vista algo cuyo ritmo nuestros dedos no pueden seguir, aprender de memoria algo que ni siquiera sabemos leer. / Y sin embargo, esto “es” para lo que nacimos. / No somos virtuosas ni niñas prodigio, no hay prodigios en este ámbito, / solo un ofuscado, terco aferrarse al timbre, los tonos de lo que somos… / incluso cuando todos los textos lo describen diferente. //

Y no somos intérpretes, como Liszt, que compitan contra el mundo en velocidad y brillantes (la pianista de setenta y nueve años dijo cuando le pregunté “Qué hace a un virtuoso: La competitividad”). / Cuanto más vivo, más desconfío de la teatralidad, del falso “glamour” que irradia la actuación, / más reconozco su pobreza al lado de las verdades que rescatamos de nuestras vidas abiertas en canal. / La mujer que sentada observa, atiende, sus ojos moviéndose en la oscuridad, está ensayando en su cuerpo, escuchando hasta el final en su sangre una partitura que se desencadena en su interior tal vez gracias a algunas palabras, / unos cuantos acordes desde el escenario: un relato que solo ella puede contar. //

Pero llegan momentos –quizás este es uno de ellos– en que tenemos que tomarnos más en serio o morir; en que tenemos que retractarnos de los conjuros, los ritmos a los que nos hemos dirigido sin pensar, y emanciparnos, / entregarnos al silencio, o a una escucha más severa, purificadas de oratoria, fórmulas, coros, lamentos, electricidad estática que sobrecarga los cables. / Cortamos los cables, nos encontramos en caída libre, como si nuestro verdadero hogar fueran las soledades adimensionales, / la fisura en la Gran Nebulosa. / Nadie que haya sobrevivido para hablar una lengua nueva ha podido evita esto: el desprenderse de una vieja fuerza que la mantenía arraigada a un viejo suelo, / el tono de la más absoluta soledad donde ella misma y toda la creación parecen igualmente dispersas, ingrávidas, / su ser un grito al que ningún eco regresa o puede regresar jamás. //

Pero en realidad siempre fuimos así, desarraigadas, desmembradas: saberlo marca la diferencia. / El nacimiento nos despojó de nuestros derechos, nos arrancó de una mujer, de las mujeres, de nosotras mismas, tan pronto y el coro entero que zumbaba en nuestros oídos como mosquitos no nos contó nada, nada sobre nuestros orígenes, nada de lo que necesitábamos saber, nada que pudiera remembrarnos. //

Solo: que es antinatural la nostalgia por una mujer, por nosotras mismas, por esa intensa alegría ante la sombra que su cabeza y sus brazos proyectan en una pared, sus fuertes o finos muslos, sobre los que descansamos, carne contra carne, / la mirada firme frente al amor; el olor de su leche, su sudor, el terror de que desaparezca, todo fundido en esta hambre del elemento que han denominado el más peligroso, / ser alzada sin respiración sobre su pecho, mecerse en ella… Aun siendo rechazadas, abandonadas de nuevo, comprender en un súbito pensamiento claro como el agua de mar, trémulo como el minúsculo, esférico, amenazado saco de huevos de un nuevo mundo: / “Esto es lo que ella era para mí, y así es como puedo amarme: como solo una mujer puede amarme. / Nostálgica de mí, de ella”, porque, una vez que se desata la ola de calor, se manifiestan nítidos lo tonos del mundo: nube, rama, muro, insecto, la mismísima alma de la luz: “nostálgica” porque se articula la cúpula acanalada del deseo: “Soy la amante y la amada, hogar y nómada, la que parte la leña y la que llama a la puerta, una desconocida en la tormenta”, dos mujeres acordes, frente a frente, midiendo su espíritu, su ilimitado deseo, toda una nueva poesía que comienza aquí. //

La visión empieza a tener lugar en una vida así, como si la mujer, en silencio, se alejara. //

de la discusión y la jerga de una habitación y, tras sentarse en la cocina, comenzara a dar vueltas en su regazo / a trozos de hilo, retales de calicó y terciopelo, / a extenderlos, distraída, sobre las tablas fregadas, a la luz de la lámpara, junto con pequeñas conchas irisadas enviadas entre algodones desde algún lugar lejano, / y madejas de asclepias del prado más cercano –seda doméstica original, los más delicados hallazgos–, / y el pétalo añil de la petunia, y la seca cinta marrón oscuro del alga; / sin olvidar tampoco el bigote plateado perdido por el gato, / la espiral del nido de avispas papeleras enroscada / al lado de la pluma amarilla del jilguero. / Semejante composición no tiene nada que ver con la eternidad, el afán de grandeza, la brillantez: solo con las cavilaciones de una mente al unísono con su cuerpo, dedos experimentados que empujan con calma oscuro contra brillante, seda contra tosquedad, aúnan los principios de una vida no con mera voluntad de virtuosismo, / solo cuidado por las proteicas, infinitas maneras en que se encuentra a sí misma, / convirtiéndose ahora en el fragmento de cristal roto que corta la luz en una esquina, un peligro para la carne, / ahora en la abundante, suave hoja que, enrollada alrededor del dedo palpitante, alivia la herida; y ahora en los cimientos de piedra, más lejos aún: la roca madre que toma forma bajo todo lo que crece.» Estudio trascendental (A Michelle Cliff), 1977


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